viernes, 18 de diciembre de 2015

Leyenda de la calle mulhacín


LEYENDA DEL MULHACÍN



Elvira era un joven que una noche fue a poner una lámpara de aceite y a rezar al cristo que había en la calle Matasiete, la muchacha se vió sorprendida por un moro y del susto cayó desmayada, una persona que pasaba por allí empezó a gritar y llamar a las autoridades.
Por aquel entonces siempre se sospechaba de los moros y los judíos, que tenían una mala relación con los cristianos.
El Regidor buscó al malhechor que se llamaba “Mulhey Hacén”, y se encontraba escondido en una estrecha calle, camino de la calle de Santa Cruz; es la calle que atraviesa la actual calle que el pueblo dió en llamar Mulhacín.






viernes, 11 de diciembre de 2015

Video Leyenda calle matasiete


Leyenda Calle Matasiete

Calle Matasiete


Según figura en la placa de la calle, el nombre de Matasiete se debe a una leyenda leonesa del siglo XIV: “El infante Don Juan Manuel conspira contra Alfonso XI. Gil de Villasinta y Juan de Velasco traen un mensaje del rey para Don Gutierre. Esperan la noche en la taberna del tío Joroba, donde se reúnen los partidarios del infante. Hay una pelea con varios muertos, entre ellos Juan de Velasco.”
La leyenda ampliada cuenta que allá por el año 1330 dos caballeros llegaron a León trayendo un mensaje secreto del Rey Alfonso XI para Don Gutierre, y después de toda una jornada de camino decidieron parar a cenar en una taberna que había en la Cal de Escuderos.

Allí fueron atendidos por la hija del mesonero, que ante los requiebros que le lanzó uno de los caballeros se retiró de forma precipitada tropezando con una cazuela que cayó al suelo.

Los parroquianos que se encontraban allí, con el alboroto, creyeron que los caballeros habían pretendido abusar de la joven, por lo que se originó en la taberna una discusión que comenzó con intercambio de insultos y acabó en la calle con las espadas en la mano.
En ese momento llegaron los alguaciles a la taberna, por lo que huyeron todos menos los forasteros.
Como el Alguacil Mayor pretendió detenerles, se inició una nueva pelea entre unos y otros. La situación se puso fea y los dos caballeros huyeron metiéndose por la calle objeto de la leyenda, parándose allí a decidir quien se quedaba haciendo frente a los alguaciles y quien le llevaba el mensaje del rey a Don Gutierre.

Pero como se entretuvieron con esta decisión, cuando quisieron darse cuenta venían ya los alguaciles por las dos entradas de la calle, comenzándose de nuevo la pelea, resultado de la que uno de los caballeros cayó al momento. Pero el otro siguió peleando y consiguió matar a siete de los alguaciles escapando después y entregando por fin el mensaje a su destinatario.
Otras versiones menos creíbles de la leyenda nos cuentan que el nombre se debe a los siete muertos habidos como consecuencia de la competencia de las familias Castro y Lara por los amores de Doña Leonor de Guzmán (favorita de Alfonso XI con el que tuvo 10 hijos).
Al día de hoy esta calle suele ser tranquila según a qué hora se pase por ella y lo único que queda que pueda recordar algo a aquellas épocas de capa y espada es una hornacina vacía y desangelada, que algún día alojó al Cristo de Matasiete al calor de una lamparilla de aceite. (He oído que huyó de la hornacina harto de dejadeces y abandonos, y cuentan que en las noches de luna llena se le puede ver en compañía del tío Joroba y de los siete finiquitados tomándose unos vinos por la zona y recordando viejos tiempos ...)

http://elleoncurioso.blogspot.com.es/2008/11/calle-matasiete.html

lunes, 30 de noviembre de 2015

Leyenda de la Calle Matasiete. León

Que historia más interesante de la calle matasiete, estamos trabajando en ella para poder subirla en el blog  aprovecho para lanzar las imágenes de la calle que nos ha traído una compañera.

Muchas gracias a todos.







viernes, 20 de noviembre de 2015

Cuento: El Reino de los niños de Ruben de la calzada

Curso de Historias y Leyendas de León en el Espacio CYL Digital

Historia: EL REINO DE LOS NIÑOS basada en “El Reino de los niños", cuento recogido en "Peralvillo de Omaña", de David Rubio de la Calzada.
Esta historia la hemos encontrado adaptada a varios pueblos de la provincia de León: Villablino, Astorga, Murias de Paredes, Veguellina de Orbigo, Llamas de Laciana, Ponferrada, Toral de los Vados, Valencia de Don Juan etc.

http://bibliotecadigital.jcyl.es/i18n/consulta/resultados_ocr.cmd?buscar_cabecera=Buscar&tipo=elem&id=3543&tipoResultados=BIB&posicion=1&forma=ficha

EL REINO DE LOS NIÑOS

Hace muchos, muchísimos años, cuando el cielo estaba más cercano a la tierra que ahora, y el embravecido mar cubría infinidad de valles y montañas, vivía un poderoso mago o hechicero. Tan alto como el más alto pino de la montaña, llevaba sobre la cabeza un frondoso árbol, de verdes hojas y tupido ramaje. Su barba, de muchísimas varas de largo, era de musgo, lo mismo que las cejas y pestañas. Su vestido era de corteza de encina, y su voz como el rodante trueno, y debajo del brazo llevaba una gaita tan grande como la iglesia de este pueblo.
Las más extraordinarias maravillas llevaba a cabo con el sonido de su gaita. Cuando la tañía dulce y suavemente, todo cuanto podía abarcar con su mirada se cubría de fresca y verde yerba; y si soplaba más fuerte, hasta podía crear cosas vivientes; mas cuando soplaba con furia se levantaba tal tormenta, que las montañas se conmovían en sus cimientos; y el mar, alborotado y furioso, y dando resoplidos como corcel refrenado, se retiraba a lo lejos, dejando anchos espacios de tierra al descubierto.
Una vez fue atacado por fuertes enemigos; pero, en vez de defenderse, se limitó a aplicar la gaita a los labios, y todos sus enemigos se convirtieron en pinos y robles.
Jamás se cansaba de tocar, porque recibía gran placer al percibir el eco de aquellas suaves notas en sus oídos; y aun se deleitaban mucho más sus ojos al ver cómo todo se animaba y cobraba vida en torno suyo. Aparecían innumerables rebaños de ovejas en las montañas y en los valles, y sobre la cabeza de cada una crecía un arbolito, por medio del cual el Mago conocía su propio ganado; y de las piedras esparcidas por allí hizo crear hermosos mastines, y cada uno conocía su voz.
Viendo que los habitantes de los países vecinos no eran tan buenos como fuera de desear, vaciló por mucho tiempo antes de crear seres humanos; mas, por fin, llegó al resultado de que los niños eran buenos y amables, así es que decidió poblar de niños solamente.
Y comenzó a tocar en su gaita la tonada más dulce que en su vida había sonado; y he aquí que aparecen niños y más niños, en muchedumbre infinita. Ya podéis imaginaros cuán maravilloso y encantador sería.
Allí no había otra ocupación que jugar; y las inocentes criaturas saltaban y brincaban radiantes de alegría, y eran en extremo felices. Trepaban por las enredaderas y chupaban la dulce miel de sus tallos; y se hartaban de los más codiciosos y dorados frutos de los árboles; dormían en camitas de musgo, y se columpiaban en las ramas de los árboles, y eran, en fin, tan felices como los angelitos de Dios en el cielo durante todo el día. Y aun durante la noche su felicidad se aumentaba, si es que era posible, porque el Mago tañía, para adormirlos, las canciones más suaves, de suerte que les infundía hermosísimos sueños.
Jamás se oyó en una palabra de enojo, porque aquellos niños eran tan dulces y alegres, que jamás peleaban unos con otros. Ni había tampoco ocasión de envidia ni pesar del bien ajeno, puesto que cada uno era tan feliz como su prójimo, y el Mago tenía muy buen cuidado de que hubiera siempre abundante ganado para alimentar a los niños; con la música había producir yerba en abundancia, para que los rebaños estuvieran siempre bien mantenidos.
Ningún muchacho se lastimó jamás, porque los fieles mastines los cuidaban y conducían a los lugares de más mullido césped, para que jugasen.
Si por descuido algún niño se caía al agua, un perro se encargaba de sacarle; y si algún otro se cansaba, uno de los mastines lo cargaba sobre sus espaldas y le conducía a descansar bajo la fresca sombra de un árbol frondoso.
En una palabra, los niños eran tan felices como los primeros habitantes del Paraíso; y nadie ambicionaba o suspiraba por alguna otra cosa, puesto que ninguno de ellos había visto más reinos o mundos que el suyo, tranquilo y venturoso.
También hay que advertir que ningún poblador de aquella tierra vestía con lujo o con vergonzosa pobreza, ni había suntuosos palacios al lado de miserables chozas; así es que nadie miraba con envidia a su prójimo.
Enfermedades o muertes eran desconocidas en, porque las criaturas habían venido al mundo tan perfectas como el pollo al salir del cascarón, y ni había necesidad de morir, teniendo como tenían abundante y espaciosa tierra donde habitar.
Nadie sabía allí leer ni escribir, ni tampoco era necesario, puesto que todo les salía a pedir de boca; ni había que tomarse la menor molestia por nada, y no estando expuestos a daño alguno, era inútil todo conocimiento.
Sin embargo, cuando hubieron crecido y se hicieron grandes, comenzaron a cavar pequeñas porciones de tierra y a construir chozas para sí mismos, alfombrándolas de musgo, exclamando con inusitado gozo: “Esto es mío.” Y al decir uno de ellos “Esto es mío”, los demás lo dijeron también.
Construyeron varios otros chozas como el primero, pero algunos, más listos u holgazanes, creyeron más fácil cobijarse en las que estaban ya echas, y entonces, cuando los dueños lloraban o se quejaban, los intrusos conquistadores se reían.
Por lo cual, los que habían sido despojados de sus viviendas trataron de reconquistarías con sus puños, y comenzó... la primera batalla.
No faltó uno que fué en seguida con el cuento al Mago, quien sopló con furia en la gaita, oyéndose un hórrido trueno que asustó terriblemente a los pequeños guerreros y supieron por vez primera lo que era miedo, y después se llenaron de ira contra el chismoso o correveidile que se fue con el cuento al Mago.
Y así comenzó la lucha y la división en el hermoso y pacífico reino del buen Mago.
Y se llenó de honda pesadumbre su pecho al ver que los pequeñuelos se conducían del mismo modo que las gentes grandes de otros países, y pensó cómo atajar y remediar aquel mal.
¿Soplaría con furia la gaita y los barrería al mar y haría aparecer otra nueva gente? Pero los nuevos pobladores serían bien pronto tan malos como los primeros, y además amaba con honda ternura sus pequeñuelos.
Pensó más tarde destruir todo lo que fuera motivo de pendencia; pero entonces todo se tornaría seco y estéril, siendo así que la causa de la lucha había sido un puñado de tierra y un poquito de musgo, y, en realidad, porque algunos niños eran industriosos y diligentes, y otros holgazanes.
Determinó entonces regalarles algunas cosas, y dió a cada uno ovejas y perros, y un jardín para su uso particular. Pero esto sólo sirvió para aumentar la discordia.
Varios plantaron y cultivaron sus jardines, mas otros los dejaron abandonados; y viendo que los jardines de los diligentes estaban hermosísimos y que sus rebaños tenían sabroso pasto y daban leche en abundancia, la envidia y la rabia subió de punto. Los holgazanes formaron una liga contra los diligentes, les atacaron y arrebataron muchos de sus jardines.
Retiráronse al principio los buenos trabajadores a otros lugares más frescos, que se transformaron también en bellos jardines debido al sudor de su rostro y al trabajo de sus manos; pero después, cansados de la insolencia de los holgazanes, resistieron valientemente, y durante la refriega algunos perdieron la vida.
Al ver la muerte por vez primera les sobrecogió terrible pavor y tristeza, y juraron tener paz unos con otros para siempre.
Mas todo en vano; no pudieron permanecer tranquilos mucho tiempo; y como no les era permitido por el juramento darse muerte, comenzaron a robarse sus propiedades y utensilios con fiera alevosía... y las cosas iban de mal en peor.
Viendo lo cual, se apoderó tal tristeza del corazón del Mago, que de sus ojos brotaron ríos de lágrimas, ríos que, atravesando el valle, iban a perderse en el mar; y sin embargo, los malvados niños jamás consideraron que éstos estaban formados por las lágrimas que su bondadoso padre derramaba por ellos, y continuaron en sus pendencias, robos y asesinatos.
Por lo cual, el buen Mago lloraba más y más, hasta formarse impetuosos torrentes y cataratas que devastaban las tierras, formando un vastísimo lago, en el que perecieron ahogados innumerables criaturas.
Entonces cesó de llorar e hizo soplar un viento suave que secó la tierra anegada. ¡Pero qué espectáculo tan triste! Toda la verdura se había desvanecido, y las casas y los jardines yacían derribados debajo de montones de piedra; y los ganados, por falta de pasto, no daban leche. Entonces los despiadados niños cortaron los pescuezos de las ovejas con piedras afiladas, para ver dónde se ocultaba la leche; pero en lugar de leche corrió roja sangre, y al beberla se hicieron más fieros que nunca. Jamás se saciaban de ella.
Así, que mataron muchísimas otras ovejas, y robaban las de sus hermanos, y bebieron sangre y comieron carne.
Entonces dijo el Mago: “Es necesario crear más animales, de lo contrario pronto no quedará ninguno en la tierra.” Y sopló otra vez en su gaita. Y he aquí que al instante aparecen toros salvajes y caballos alados de largas y escamosas colas y elefantes y serpientes. Y los niños comenzaron entonces a pelear con las bestias salvajes y crecieron altos y robustos. Algunas de las bestias se dejaron amansar; pero otras perseguían a los niños y mataron a muchos, y como ya no vivían en paz ni seguridad aparecieron pestes y enfermedades; de suerte que bien pronto llegaron a ser como los habitantes de los demás países; y el Mago estaba cada vez más triste y melancólico, desde que todo lo que había creado para bienestar y felicidad de sus hijos se convertía en mal irremediable. Sus criaturas ni lo amaban ya ni se fiaban de él; y en lugar de atribuirse a sí mismos la causa de todas aquellas terribles calamidades, la echaban la culpa al mismo bondadoso padre, diciendo que su creador les enviaba aquellos desastres por vía de entretenimiento.
Y ni siquiera escuchaban ya el dulce son de la gaita que tanto había deleitado sus oídos en los primeros días, y por cierto que el gigante no se cuidaba ya de tañerla.
Abrumado de tristeza yacía dormido por largas horas bajo las sombras de sus cejas, que habían crecido muy largas, cubriéndole el rostro. Mas a veces despertaba, y aplicando la gaita a sus labios soplaba con tal energía y furor que se levantó una temerosa tempestad, haciendo chocar unos árboles con otros, y al poco tiempo todo el bosque ardía en llamas. Entonces se levantó con el árbol que crecía en su cabeza, y tocando las nubes, rasgó su seno y descendió copiosa lluvia que en breves instantes apagó el fuego.
Entretanto los seres humanos sólo tenían un pensamiento: cómo hacer callar aquella odiosa gaita para siempre. Así es que se armaron de lanzas, espadas, hondas y piedras, y se apercibieron para dar la batalla al gigante; mas éste, al verles, soltó tan tremenda carcajada, que hubo un temblor de tierra, tragándose a muchos de ellos con sus chozas y ganado.
Entonces enviaron otro ejército provisto de resinosas teas de pino para quemar su barba; pero él no hizo más que estornudar y se apagaron al instante las antorchas, derribando por tierra a todos sus enemigos. Un tercer ejército trató de amarrarle mientras dormía; pero con estirar sólo sus miembros, rompiéronse al instante sus ligaduras, reduciendo a átomos a todos los que le rodeaban.
También enviaron contra él todas las bestias y animales feroces; mas apenas él lanzó un ligero soplo al viento, cuando comenzaron a caer abundantísimos copos de nieve que lo fué cubriendo todo y sepultó profundamente a los animales, esparciendo una espesa capa de hielo sobre ellos, de suerte que, aunque ya no se ven sobre la tierra aquellas feroces bestias, aun yacen con piel y carne allá, heladas, ateridas, pero sin haber cambiado de forma.
Trataron, por fin, de robarle la gaita mientras el gigante yacía dormido; pero la tenía debajo de la cabeza, y era tan pesada, que ni los hombres ni las bestias juntos eran capaces de moverla. Mas abrieron astutamente un agujero en el fuelle, y ¡oh terror!, se levantó tal tormenta, que nadie podía distinguir la tierra, el mar o el firmamento por la espesa negrura que todo lo envolvía, pereciendo en aquel cataclismo casi todo lo que alentaba sobre el Universo.
Pero el gigante ya no despertó jamás, y allí yace todavía durmiendo con la gaita debajo de la cabeza, sonando a veces, cuando los vientos soplan de aqueste lado de los Pirineos.
¡Si alguno pudiera poner un parche en el fuelle de aquella encantada gaita, volvería a ser otra vez del dominio de los niños!
(Basado en “El Reino de los niños”, cuento recogido en “Peralvillo de Omaña”, de David Rubio de la Calzada).



lunes, 9 de noviembre de 2015

Airones un Pueblo que desapareció de la provincia de León

AIRONES UN PUEBLO QUE DESAPARECIO
Existe una historia que nos habla de este pueblo, de cómo llego a su fin y de cómo se le relaciona con Villapadierna, de pesca en el río Esla los vecinos de Airones atraparon una gran anguila para celebrar el  acontecimiento  invitaron a todo el pueblo a un banquete, todos asistieron a la fiesta excepto una anciana enferma. La anguila estaba envenenada y todos los habitantes de Airones murieron dejando sola en el pueblo a la anciana. Tras lo sucedido le ofrecieron alojamiento tanto en el pueblo de Pesquera como en el de Villapadierna, Ella eligió este ultimo por lo que desde ese momento todas las tierras de Airones pasaron a formar parte de los bienes de Villapadierna. Airones estaba a 2 kilómetros de Villapadierna.
Villapadierna Aldea de la comarca de Rueda, está situado en la ribera izquierda del río Esla a 49 kilómetros de la ciudad de León por la carretera nacional (N-625). Asociado al título nobiliario de este nombre, existe un castillo del que quedan los fosos y una torre cuadrada en el centro. La ruina del castillo fue declarada bien de interés cultural en 1949, perteneció a Doña Berenguela segunda esposa de Alfonso IX. Años más tarde se convirtió en posesión de los Enríquez linaje que se inicio con el matrimonio entre la Duquesa de Alba y Don Fabrique almirante de Castilla, por causa del deterioro solo se conserva el foso, la muralla y una torre cuadrada en el centro. El agua que antiguamente alimentaba el foso procedía del río Esla a través de un túnel que unía los dos kilómetros que los separa, aunque en ruinas sirve de hogar para las cigüeñas que en primavera regresan


Comenzamos un nuevo ciclo y nos renovamos





miércoles, 1 de abril de 2015

El Cautivo de Argel

EL CAUTIVO DE ARGEL

Conozco una persona que, cuando era niño, oyó decir muchas veces a su abuela materna: “¡Ay, quien tuviera una astillita del arca  del cautivo de Argel! ¡La que está en la Virgen del Camino! ¡No hay mejor alivio  para el dolor de muelas!”. Esto ocurría en un pueblo de la ribera del Curueño, hacia 1940.

Sucedió en 1522. Por esos años, un joven llamado Alonso de Ribera vivía en el pueblo de Villamañán. Este joven mozo fué contratado para ir como soldado al reino de Nápoles. En aquel tiempo Nápoles pertenecía al Imperio Español y necesitaba ser defendida de los sarracenos. El virrey era Hugo de Moncada, y tenía varios capitanes a su mando; entre ellos, uno natural de Villamañán. En algún viaje que hizo a su pueblo, prometió el capitán los mozos valientes puesto de soldado y fortuna.
Uno de los que se apuntó fue Alonso de Ribera.

Los soldados españoles defendían la ciudad de Nápoles, por mar y por tierra, de las incursiones frecuentes que hacían los moros del norte de África. Los africanos no querían que los cristianos europeos se hicieran con el norte de África y, en concreto, con la ciudad de Argel. Esa ciudad estaba bien defendida.
Un día se enfrentaron en una fuerte batalla varios barcos españoles contra otros de los moros. Alguna nave española fue capturada y sus tripulantes llevados como cautivos a Argel. Uno de los prisioneros, precisamente Alonso de Ribera, fue encarcelado por el doble delito de español y cristiano.
Y encargaron su vigilancia a un moro llamado Alcazaba.

Debía procurar por todos los medios que no se escapara el de Villamañán. Y en cumplimiento de esa orden empeñaba Alcazaba su propia vida. Por ello, aplicó el moro todo el rigor sobre el cautivo cristiano, tanto cuando lo llevaba a trabajos forzados durante el día, como cuando lo metía en su celda de prisionero durante la noche.

Ni que decir tiene que a Alonso de Ribera se le hacía duro el cautiverio, y para aliviar sus pesares rezaba a menudo a la Virgen del Camino. Esta imagen era conocida y venerada en su pueblo de Villamañán y él mismo había ido alguna vez de peregrinación hasta el Santuario. Le rezaba sobre todo durante la noche. Y lo hacía en presencia del carcelero. Sus modos de rezar a la Virgen eran varios: recitaba en voz alta; alzaba piadosamente los brazos al cielo, a lo alto, y miraba intensamente hacía arriba.

Alcazaba, que no entendía nada de lo que decía y ni de lo que hacía el cristiano, empezó a llenarse de sospechas y temores. Tuvo miedo de que huyera y decidió asegurarse; encerró a Alonso de Ribera en una recia arca de madera (mas de dos metros de larga y casi uno de ancha y alta), no sin antes envolverlo con una cadena de hierro de 17 metros. Cerró el moro Alcazaba el candado y se echó a dormir encima de la tapa; si el cristiano intentaba librarse de las cadenas, el ruido le despertaría, y, si incluso lograba liberarse y violentar la cerradura, debía derribarle a él para poder abrir el arca. Seguridad plena; el cautivo estaba a buen recaudo.

Pero precisamente esa noche se obró el milagro. Fueron escuchadas, por fin, las oraciones de Alonso, y arca, cristiano y moro amanecieron ante las puertas del santuario de la Virgen del Camino. ¿Cómo fue eso? No lo sabemos. El moro desconcertado y temeroso no encontró otra salida que liberar al cristiano: ¿Qué es esto? ¿Dónde estaban?
Alonso de Ribera, tan pronto se acomodó a la luz, comenzó a dar saltos de júbilo.  El moro Alcazaba comprendió de inmediato que se habían invertido los términos: ahora el cautivo cristino estaba libre en su patria y él, en tierra extranjera. Era con todo un suceso prodigioso e imitó al cristiano: se arrodilló y juntó las manos. Rezaban los dos ante la imagen Dolorosa que había obrado el prodigio.

El de Villamañán se explicó como pudo. Y perdonó de inmediato los sufrimientos del cautiverio. Alcazaba acertó a entender los gestos amistosos, se arrodilló de nuevo y besó la mano de su prisionero. Aún quedaba por completarse la segunda parte del milagro. Alonso de Ribera había resuelto quedarse al servicio de la Virgen del Camino, y argelino decidió otro tanto.

Quedó olvidado el mal pasado. Recibió el musulmán las aguas purificadoras el bautismo. Y juntos, Alonso y Alcazaba sirvieron con celo en el santuario. Y andando el tiempo que todo lo puede, allí fueron enterrados.
Pero la cosa no acaba aquí. Desde su milagrosa llegada, el arca estuvo siempre expuesta ante los fieles. Y, junto a ella, durante siglos, un pergamino con caligrafía gótica recordando la historia.

Los primeros años eran el moro Alcazaba y el cristiano Alonso de Ribera los que explicaban a los peregrinos este milagro. Nadie podía ponerlo en duda. Allí estaban los protagonistas con vida y con dedicación religiosa al servicio de la Virgen para refrendarlo y allí estaba el arca y las cadenas. Todo era tangible, visible, evidente. Por ello, los devotos de la Virgen del Camino, entusiasmados ante las palabras de los protagonistas, comenzaron a venerar cadenas y arca.



Por supuesto, sus oraciones eran piadosísimas, emocionantes, confiadas, como corresponde a testigos de un milagro que podían palpar. Aquellos objetos se convirtieron pronto en testimonio de una devoción. Así nació la leyenda. Y nació más o menos pronto, y con ella el atrevimiento de coger, arrancar algún pedazo de la madera del arca como fuera posible. Podían ser pequeñitos, unas minúsculas astillas que se guardaban en una caja, o en los pliegues de un pañuelo. Pero eran del “arca del cautivo de Argel”. O del “arca del moro Alcazaba”. O eran del  “arca de la Virgen”. De cualquier modo eran pedacitos de un milagro.
 Y así estuvo cuatro siglos expuesta a la veneración directa del público en la nave de las primeras ermitas y de los santuarios posteriores que se hicieron desde 1522 hasta 1961. La gente reverenciaba el arca y las cadenas. La gente arrancaba, siempre que podía, alguna astilla. Llegaron a faltar muchos centímetros de la madera y llegaron a hacerse grandes rotos en tapa y laterales. Una tabla frontal fue consumida totalmente por las “devotas termitas”. Los distintos rectores del Santuario decidieron recubrir toda la madera que quedaba con piezas metálicas y hojalata muy gruesa. Aún así, los fieles encontraron la manera de hacerse con su astillita.

Esta costumbre se hizo más poderosa y atractiva cuando se corrió la voz que de estos fragmentos eran mano de santo para el dolor de muelas. El objeto bendito era capaz de sanar, se multiplicaban los milagros. Y se reproducen igual entre las gentes de la ribera del Curueño, como en la ciudad de Astorga, o en los pueblos del Orbigo, del Esla, por supuesto en Villamañán. Y en muchos pueblos de toda la provincia.

En 1961, el arca del cautivo de Argel se instaló en la sala de Exvotos que tiene el Santuario al este de la sacristía. En el centro de la sala. Metida en una urna de cristal muy grueso, que la protege de robos, profanaciones, polvo y humedades. El arca está visible, pero ya nadie la puede palpar, ni besar, ni mondar. Y, ¿ay!, desde hace cincuenta años nadie ha podido coger una astilla del arca, y por ello tampoco su sagrada madera ha podido aliviar el dolor de los devotos.

Hemos hablado del traslado milagroso del arca del cautivo de Argel, de la devoción con que fue venerada como objeto religioso, y de la existencia de favores de las astillas del arca para el dolor de muelas. Nos queda otra tradición más. En Villamañán se cuenta que cuando el arca, el moro y el cristiano pasaron milagrosamente por encima del pueblo, las campanas de la iglesia sonaron solas, alegres, insistentes. El moro solo conocía los sonidos de cencerradas de rebaños pero no de campanas. Por eso aquel sonido le resultaba nuevo, extraño y se produjo un diálogo entre el moro y cristiano.
  
HISTORIA EXTRAIDA DEL LIBRO:    LEYENDAS DE LEÓN    Contadas por……….

(Jaime Rodríguez Lebrato,   sacerdote dominico)



martes, 31 de marzo de 2015

Leyenda del Milagro del Sordomudo

LA LEYENDA DEL MILAGRO DEL SORDOMUDO

León, tierra de posadas y tabernas tenía visitas de ilustres personajes por lo que las historias sobre ellos se sucedían muy a menudo .Y era de estas visitas se basa esta leyenda.

Uno de esos días llego a la famosa posada “Posada de la Niña” que se encontraba en el entorno de la Basílica de San Isidoro, un comerciante de Astorga conocido como Somoza. Venia con su joven ayudante o protegido, huérfano de padre y madre y sordomudo ,Una vez que había tomado habitación quedo en salir para resolver sus asuntos, indicando a la posadera que vigilara al muchacho, dado sus especiales características.

Pero al poco de abandonar su amo la posada para solucionar sus asuntos de negocio, el chico y la curiosidad que tenia en esas edades, no pudo por menos que salir por las trisadas calles de León.

Comenzó a caminar con el asombro de alguien que está descubriendo un mundo nuevo para él. Correteando por las diversas calles de León, se topó con la Basílica de San Isidoro y la curiosidad le llevó a entrar en el templo.


En ese momento se oficiaba la misa y el chico ni corto ni perezoso se situó en la primera fila para observar todo aquello. En esos momentos vio como un señor vestido de forma lujosa con muchos ornamentos parecía dirigirse a el. El chico no pudo por menos que verse totalmente sorprendido y absorto.

Se quedó con la boca abierta. Aquel extraño personaje se dirigió a él “Quedas curado y tus ligaduras sueltas. Da gracias a Dios”.

El muchacho perplejo y asombrado, al segundo se dio cuenta de que podía hablar de que escuchaba y no tardó en salir corriendo de la iglesia con gran alborozo, gritando ¡Milagro! ¡Milagro!.
Para dar gracias a Dios, el chico no contaba con dinero ni con nada material con lo que poder agradecer tal milagro, por lo que acto en acercarse a un puesto donde vendían velas y envíos, y negoció con su capa (El herreruelo o ferreruelo era una capa corta de origen militar utilizada por los hombres en España y en otros países europeos en el siglo XVII.

Se trataba de una capa con cuello y sin capilla que solo cubría parte de los hombros, del pecho y la espalda. También se podía llevar terciado sobre uno de los hombros y anudado bajo el brazo contrario.
) Dato de la wikipedia.

Como por aquel entonces este tipo de trueques eran muy comunes el chico consiguió sus velas- (Pero no sabía que este trueque iba a ser el principio de su desgracia aventura.


Paseaban por allí dos guardianes a los que se les había dado la orden de buscar a un muchacho que había robado un Ferreruelo. Justo la misma capa que el acababa de cambiar.
Al ver la operación los guardianes procedieron a detenerlo y llevarlo al calabozo, ante las inservibles protestas del muchacho.

Al volver el comerciante Sonora a la posada vio que el muchacho no estaba y salio en su busca. Pregunto a comerciantes , viandantes y a cualquier persona que se encontraba a su paso, hasta que un tendero le indicó que había sido detenido un joven al que pillaron cambiando su capa (Ferrezuelo) por unas velas.
Se dirigió a los calabozos de San Isidoro. Los guardias le llevaron en el que apenas se podía ver nada.

El muchacho al verlo ,gritó (Soy yo yo señor soy yo). Pero Somoza dada la poca luz que había dijo, no puede ser el muchacho que yo busco es sordomudo. Y sé fue.

Su preocupación iba en aumento pensando en la suerte que el muchacho podía haber corrido.

De regreso a la posada vio que en la plaza de San Isidoro la gente comentaba el milagro del muchacho y entonces, raudo y veloz volvió de nuevo a la prisión !Eres tú! Si señor en la iglesia donde he estado un señor muy elegantemente vestido me ha curado.
Sabido esto el Señor Obispo, organizo una procesión que acudieron cientos de leoneses y al mismo,tiempo se hicieron repicar las campanas de la ciudad.



Leyenda de la Cabra loca

Hemos hecho un resumen de una Leyenda que nos han traído: Leyenda de la Cabra loca de San Bartolomé de Rueda

Os acercamos con unos párrafos a esta historia que todavía hoy se cuenta en los alrededores del pueblo.

Hacia el año 1920 existe en San Bartolomé de Rueda un hombre que se llama Romanón.

Dedicado a la venta ambulante con mujer y cuatro hijos, ha hecho fortuna y en un aprisco se ha construido el corral. Es hombre arrogante y caprichoso.

Pronto empiezan las disputas con los pastores del pueblo vecino.

Un vecino planifica su venganza.

Aprovechando la noche se encamina hacia el aprisco y le mete fuego con todos los animales dentro.

Las llamas lo destruyen todo: aquello es un panorama dantesco indescriptible......

Un día un viajero al pasar a la altura del paraje comienza a oír un berrido fortísimo, atronador, algunos buscan su procedencia pero no la encuentran por ningún lado, esto dicen que ocurre en varias ocasiones sin encontrar de donde vienen aquellos fortísimos berridos.


Hasta que un día se deja de oír....es hoy que alguno sigue recordando la leyenda.




lunes, 9 de marzo de 2015

Un paseo por León

Un paseo por León

Botines

Palacio de Guzmanes

Palacio de los Guzmanes

La Catedral de León

San Isidoro

San Isidoro

Hospedería en San Isidoro



Lo que hay en el edificio La Casona

Museo Cuna del Parlamentarismo



















Ruinas vistas desde el Museo Cuna del Parlamentarismo