lunes, 21 de diciembre de 2015
viernes, 18 de diciembre de 2015
Leyenda de la calle mulhacín
LEYENDA
DEL MULHACÍN
Elvira era un joven que una noche fue a poner una lámpara de aceite y a rezar al cristo que había en la calle Matasiete, la muchacha se vió sorprendida por un moro y del susto cayó desmayada, una persona que pasaba por allí empezó a gritar y llamar a las autoridades.
Por
aquel entonces siempre se sospechaba de los moros y los judíos, que
tenían una mala relación con los cristianos.
El
Regidor buscó al malhechor que se llamaba “Mulhey Hacén”,
y se encontraba escondido en una estrecha calle, camino de la calle
de Santa Cruz; es la calle que atraviesa la actual calle que el
pueblo dió en llamar Mulhacín.
viernes, 11 de diciembre de 2015
Leyenda Calle Matasiete
Calle Matasiete
Según
figura en la placa de la calle, el nombre de Matasiete se debe a una
leyenda leonesa del siglo XIV: “El
infante Don Juan Manuel conspira contra Alfonso XI. Gil de Villasinta
y Juan de Velasco traen un mensaje del rey para Don Gutierre. Esperan
la noche en la taberna del tío Joroba, donde se reúnen los
partidarios del infante. Hay una pelea con varios muertos, entre
ellos Juan de Velasco.”
La
leyenda ampliada cuenta que allá por el año 1330 dos caballeros
llegaron a León trayendo un mensaje secreto del Rey Alfonso XI para
Don Gutierre, y después de toda una jornada de camino decidieron
parar a cenar en una taberna que había en la Cal de Escuderos.
Allí fueron atendidos por la hija del mesonero, que ante los requiebros que le lanzó uno de los caballeros se retiró de forma precipitada tropezando con una cazuela que cayó al suelo.
Los parroquianos que se encontraban allí, con el alboroto, creyeron que los caballeros habían pretendido abusar de la joven, por lo que se originó en la taberna una discusión que comenzó con intercambio de insultos y acabó en la calle con las espadas en la mano.
Allí fueron atendidos por la hija del mesonero, que ante los requiebros que le lanzó uno de los caballeros se retiró de forma precipitada tropezando con una cazuela que cayó al suelo.
Los parroquianos que se encontraban allí, con el alboroto, creyeron que los caballeros habían pretendido abusar de la joven, por lo que se originó en la taberna una discusión que comenzó con intercambio de insultos y acabó en la calle con las espadas en la mano.
En
ese momento llegaron los alguaciles a la taberna, por lo que huyeron
todos menos los forasteros.
Como el Alguacil Mayor pretendió detenerles, se inició una nueva pelea entre unos y otros. La situación se puso fea y los dos caballeros huyeron metiéndose por la calle objeto de la leyenda, parándose allí a decidir quien se quedaba haciendo frente a los alguaciles y quien le llevaba el mensaje del rey a Don Gutierre.
Pero como se entretuvieron con esta decisión, cuando quisieron darse cuenta venían ya los alguaciles por las dos entradas de la calle, comenzándose de nuevo la pelea, resultado de la que uno de los caballeros cayó al momento. Pero el otro siguió peleando y consiguió matar a siete de los alguaciles escapando después y entregando por fin el mensaje a su destinatario.
Como el Alguacil Mayor pretendió detenerles, se inició una nueva pelea entre unos y otros. La situación se puso fea y los dos caballeros huyeron metiéndose por la calle objeto de la leyenda, parándose allí a decidir quien se quedaba haciendo frente a los alguaciles y quien le llevaba el mensaje del rey a Don Gutierre.
Pero como se entretuvieron con esta decisión, cuando quisieron darse cuenta venían ya los alguaciles por las dos entradas de la calle, comenzándose de nuevo la pelea, resultado de la que uno de los caballeros cayó al momento. Pero el otro siguió peleando y consiguió matar a siete de los alguaciles escapando después y entregando por fin el mensaje a su destinatario.
Otras
versiones menos creíbles de la leyenda nos cuentan que el nombre se
debe a los siete muertos habidos como consecuencia de la competencia
de las familias Castro y Lara por los amores de Doña Leonor de
Guzmán (favorita de Alfonso XI con el que tuvo 10 hijos).
Al
día de hoy esta calle suele ser tranquila según a qué hora se pase
por ella y lo único que queda que pueda recordar algo a aquellas
épocas de capa y espada es una hornacina vacía y desangelada, que
algún día alojó al Cristo de Matasiete al calor de una lamparilla
de aceite. (He oído que huyó de la hornacina harto de dejadeces y
abandonos, y cuentan que en las noches de luna llena se le puede ver
en compañía del tío Joroba y de los siete finiquitados tomándose
unos vinos por la zona y recordando viejos tiempos ...)
http://elleoncurioso.blogspot.com.es/2008/11/calle-matasiete.html
lunes, 30 de noviembre de 2015
Leyenda de la Calle Matasiete. León
Que historia más interesante de la calle matasiete, estamos trabajando en ella para poder subirla en el blog aprovecho para lanzar las imágenes de la calle que nos ha traído una compañera.
Muchas gracias a todos.
Muchas gracias a todos.
viernes, 20 de noviembre de 2015
Cuento: El Reino de los niños de Ruben de la calzada
Curso de Historias y Leyendas de León en el Espacio CYL Digital
Historia:
EL REINO DE LOS NIÑOS basada en
“El Reino de los niños", cuento recogido en "Peralvillo
de Omaña", de David Rubio de la Calzada.
Esta
historia la hemos encontrado adaptada a varios pueblos de la
provincia de León: Villablino, Astorga, Murias de Paredes,
Veguellina de Orbigo, Llamas de Laciana, Ponferrada, Toral de los
Vados, Valencia de Don Juan etc.
EL REINO DE LOS NIÑOS
Hace
muchos, muchísimos años, cuando el cielo estaba más cercano a la
tierra que ahora, y el embravecido mar cubría infinidad de valles y
montañas, vivía un
poderoso mago o hechicero. Tan alto como el más alto pino de la
montaña, llevaba sobre la cabeza un frondoso árbol, de verdes hojas
y tupido ramaje. Su barba, de muchísimas varas de largo, era de
musgo, lo mismo que las cejas y pestañas. Su vestido era de corteza
de encina, y su voz como el rodante trueno, y debajo del brazo
llevaba una gaita tan grande como la iglesia de este pueblo.
Las
más extraordinarias maravillas llevaba a cabo con el sonido de su
gaita. Cuando la tañía dulce y suavemente, todo cuanto podía
abarcar con su mirada se cubría de fresca y verde yerba; y si
soplaba más fuerte, hasta podía crear cosas vivientes; mas cuando
soplaba con furia se levantaba tal tormenta, que las montañas se
conmovían en sus cimientos; y el mar, alborotado y furioso, y dando
resoplidos como corcel refrenado, se retiraba a lo lejos, dejando
anchos espacios de tierra al descubierto.
Una
vez fue atacado por fuertes enemigos; pero, en vez de defenderse, se
limitó a aplicar la gaita a los labios, y todos sus enemigos se
convirtieron en pinos y robles.
Jamás
se cansaba de tocar, porque recibía gran placer al percibir el eco
de aquellas suaves notas en sus oídos; y aun se deleitaban mucho más
sus ojos al ver cómo todo se animaba y cobraba vida en torno suyo.
Aparecían innumerables rebaños de ovejas en las montañas y en los
valles, y sobre la cabeza de cada una crecía un arbolito, por medio
del cual el Mago conocía su propio ganado; y de las piedras
esparcidas por allí hizo crear hermosos mastines, y cada uno conocía
su voz.
Viendo
que los habitantes de los países vecinos no eran tan buenos como
fuera de desear, vaciló por mucho tiempo antes de crear seres
humanos; mas, por fin, llegó al resultado de que los niños eran
buenos y amables, así es que decidió poblar de
niños solamente.
Y
comenzó a tocar en su gaita la tonada más dulce que en su vida
había sonado; y he aquí que aparecen niños y más niños, en
muchedumbre infinita. Ya podéis imaginaros cuán maravilloso y
encantador sería.
Allí
no había otra ocupación que jugar; y las inocentes criaturas
saltaban y brincaban radiantes de alegría, y eran en extremo
felices. Trepaban por las enredaderas y chupaban la dulce miel de sus
tallos; y se hartaban de los más codiciosos y dorados frutos de los
árboles; dormían en camitas de musgo, y se columpiaban en las ramas
de los árboles, y eran, en fin, tan felices como los angelitos de
Dios en el cielo durante todo el día. Y aun durante la noche su
felicidad se aumentaba, si es que era posible, porque el Mago tañía,
para adormirlos, las canciones más suaves, de suerte que les
infundía hermosísimos sueños.
Jamás
se oyó en una
palabra de enojo, porque aquellos niños eran tan dulces y alegres,
que jamás peleaban unos con otros. Ni había tampoco ocasión de
envidia ni pesar del bien ajeno, puesto que cada uno era tan feliz
como su prójimo, y el Mago tenía muy buen cuidado de que hubiera
siempre abundante ganado para alimentar a los niños; con la música
había producir yerba en abundancia, para que los rebaños estuvieran
siempre bien mantenidos.
Ningún
muchacho se lastimó jamás, porque los fieles mastines los cuidaban
y conducían a los lugares de más mullido césped, para que jugasen.
Si
por descuido algún niño se caía al agua, un perro se encargaba de
sacarle; y si algún otro se cansaba, uno de los mastines lo cargaba
sobre sus espaldas y le conducía a descansar bajo la fresca sombra
de un árbol frondoso.
En
una palabra, los niños eran tan felices como los primeros habitantes
del Paraíso; y nadie ambicionaba o suspiraba por alguna otra cosa,
puesto que ninguno de ellos había visto más reinos o mundos que el
suyo, tranquilo y venturoso.
También
hay que advertir que ningún poblador de aquella tierra vestía con
lujo o con vergonzosa pobreza, ni había suntuosos palacios al lado
de miserables chozas; así es que nadie miraba con envidia a su
prójimo.
Enfermedades
o muertes eran desconocidas en,
porque las criaturas habían venido al mundo tan perfectas como el
pollo al salir del cascarón, y ni había necesidad de morir,
teniendo como tenían abundante y espaciosa tierra donde habitar.
Nadie
sabía allí leer ni escribir, ni tampoco era necesario, puesto que
todo les salía a pedir de boca; ni había que tomarse la menor
molestia por nada, y no estando expuestos a daño alguno, era inútil
todo conocimiento.
Sin
embargo, cuando hubieron crecido y se hicieron grandes, comenzaron a
cavar pequeñas porciones de tierra y a construir chozas para sí
mismos, alfombrándolas de musgo, exclamando con inusitado gozo:
“Esto es mío.” Y al decir uno de ellos “Esto es mío”, los
demás lo dijeron también.
Construyeron
varios otros chozas como el primero, pero algunos, más listos u
holgazanes, creyeron más fácil cobijarse en las que estaban ya
echas, y entonces, cuando los dueños lloraban o se quejaban, los
intrusos conquistadores se reían.
Por
lo cual, los que habían sido despojados de sus viviendas trataron de
reconquistarías con sus puños, y comenzó... la primera batalla.
No
faltó uno que fué en seguida con el cuento al Mago, quien sopló
con furia en la gaita, oyéndose un hórrido trueno que asustó
terriblemente a los pequeños guerreros y supieron por vez primera lo
que era miedo, y después se llenaron de ira contra el chismoso o
correveidile que se fue con el cuento al Mago.
Y
así comenzó la lucha y la división en el hermoso y pacífico reino
del buen Mago.
Y
se llenó de honda pesadumbre su pecho al ver que los pequeñuelos se
conducían del mismo modo que las gentes grandes de otros países, y
pensó cómo atajar y remediar aquel mal.
¿Soplaría
con furia la gaita y los barrería al mar y haría aparecer otra
nueva gente? Pero los nuevos pobladores serían bien pronto tan malos
como los primeros, y además amaba con honda ternura sus pequeñuelos.
Pensó
más tarde destruir todo lo que fuera motivo de pendencia; pero
entonces todo se tornaría seco y estéril, siendo así que la causa
de la lucha había sido un puñado de tierra y un poquito de musgo,
y, en realidad, porque algunos niños eran industriosos y diligentes,
y otros holgazanes.
Determinó
entonces regalarles algunas cosas, y dió a cada uno ovejas y perros,
y un jardín para su uso particular. Pero esto sólo sirvió para
aumentar la discordia.
Varios
plantaron y cultivaron sus jardines, mas otros los dejaron
abandonados; y viendo que los jardines de los diligentes estaban
hermosísimos y que sus rebaños tenían sabroso pasto y daban leche
en abundancia, la envidia y la rabia subió de punto. Los holgazanes
formaron una liga contra los diligentes, les atacaron y arrebataron
muchos de sus jardines.
Retiráronse
al principio los buenos trabajadores a otros lugares más frescos,
que se transformaron también en bellos jardines debido al sudor de
su rostro y al trabajo de sus manos; pero después, cansados de la
insolencia de los holgazanes, resistieron valientemente, y durante la
refriega algunos perdieron la vida.
Al
ver la muerte por vez primera les sobrecogió terrible pavor y
tristeza, y juraron tener paz unos con otros para siempre.
Mas
todo en vano; no pudieron permanecer tranquilos mucho tiempo; y como
no les era permitido por el juramento darse muerte, comenzaron a
robarse sus propiedades y utensilios con fiera alevosía... y las
cosas iban de mal en peor.
Viendo
lo cual, se apoderó tal tristeza del corazón del Mago, que de sus
ojos brotaron ríos de lágrimas, ríos que, atravesando el valle,
iban a perderse en el mar; y sin embargo, los malvados niños jamás
consideraron que éstos estaban formados por las lágrimas que su
bondadoso padre derramaba por ellos, y continuaron en sus pendencias,
robos y asesinatos.
Por
lo cual, el buen Mago lloraba más y más, hasta formarse impetuosos
torrentes y cataratas que devastaban las tierras, formando un
vastísimo lago, en el que perecieron ahogados innumerables
criaturas.
Entonces
cesó de llorar e hizo soplar un viento suave que secó la tierra
anegada. ¡Pero qué espectáculo tan triste! Toda la verdura se
había desvanecido, y las casas y los jardines yacían derribados
debajo de montones de piedra; y los ganados, por falta de pasto, no
daban leche. Entonces los despiadados niños cortaron los pescuezos
de las ovejas con piedras afiladas, para ver dónde se ocultaba la
leche; pero en lugar de leche corrió roja sangre, y al beberla se
hicieron más fieros que nunca. Jamás se saciaban de ella.
Así,
que mataron muchísimas otras ovejas, y robaban las de sus hermanos,
y bebieron sangre y comieron carne.
Entonces
dijo el Mago: “Es necesario crear más animales, de lo contrario
pronto no quedará ninguno en la tierra.” Y sopló otra vez en su
gaita. Y he aquí que al instante aparecen toros salvajes y caballos
alados de largas y escamosas colas y elefantes y serpientes. Y los
niños comenzaron entonces a pelear con las bestias salvajes y
crecieron altos y robustos. Algunas de las bestias se dejaron
amansar; pero otras perseguían a los niños y mataron a muchos, y
como ya no vivían en paz ni seguridad aparecieron pestes y
enfermedades; de suerte que bien pronto llegaron a ser como los
habitantes de los demás países; y el Mago estaba cada vez más
triste y melancólico, desde que todo lo que había creado para
bienestar y felicidad de sus hijos se convertía en mal irremediable.
Sus criaturas ni lo amaban ya ni se fiaban de él; y en lugar de
atribuirse a sí mismos la causa de todas aquellas terribles
calamidades, la echaban la culpa al mismo bondadoso padre, diciendo
que su creador les enviaba aquellos desastres por vía de
entretenimiento.
Y
ni siquiera escuchaban ya el dulce son de la gaita que tanto había
deleitado sus oídos en los primeros días, y por cierto que el
gigante no se cuidaba ya de tañerla.
Abrumado
de tristeza yacía dormido por largas horas bajo las sombras de sus
cejas, que habían crecido muy largas, cubriéndole el rostro. Mas a
veces despertaba, y aplicando la gaita a sus labios soplaba con tal
energía y furor que se levantó una temerosa tempestad, haciendo
chocar unos árboles con otros, y al poco tiempo todo el bosque ardía
en llamas. Entonces se levantó con el árbol que crecía en su
cabeza, y tocando las nubes, rasgó su seno y descendió copiosa
lluvia que en breves instantes apagó el fuego.
Entretanto
los seres humanos sólo tenían un pensamiento: cómo hacer callar
aquella odiosa gaita para siempre. Así es que se armaron de lanzas,
espadas, hondas y piedras, y se apercibieron para dar la batalla al
gigante; mas éste, al verles, soltó tan tremenda carcajada, que
hubo un temblor de tierra, tragándose a muchos de ellos con sus
chozas y ganado.
Entonces
enviaron otro ejército provisto de resinosas teas de pino para
quemar su barba; pero él no hizo más que estornudar y se apagaron
al instante las antorchas, derribando por tierra a todos sus
enemigos. Un tercer ejército trató de amarrarle mientras dormía;
pero con estirar sólo sus miembros, rompiéronse al instante sus
ligaduras, reduciendo a átomos a todos los que le rodeaban.
También
enviaron contra él todas las bestias y animales feroces; mas apenas
él lanzó un ligero soplo al viento, cuando comenzaron a caer
abundantísimos copos de nieve que lo fué cubriendo todo y sepultó
profundamente a los animales, esparciendo una espesa capa de hielo
sobre ellos, de suerte que, aunque ya no se ven sobre la tierra
aquellas feroces bestias, aun yacen con piel y carne allá, heladas,
ateridas, pero sin haber cambiado de forma.
Trataron,
por fin, de robarle la gaita mientras el gigante yacía dormido; pero
la tenía debajo de la cabeza, y era tan pesada, que ni los hombres
ni las bestias juntos eran capaces de moverla. Mas abrieron
astutamente un agujero en el fuelle, y ¡oh terror!, se levantó tal
tormenta, que nadie podía distinguir la tierra, el mar o el
firmamento por la espesa negrura que todo lo envolvía, pereciendo en
aquel cataclismo casi todo lo que alentaba sobre el Universo.
Pero
el gigante ya no despertó jamás, y allí yace todavía durmiendo
con la gaita debajo de la cabeza, sonando a veces, cuando los vientos
soplan de aqueste lado de los Pirineos.
¡Si
alguno pudiera poner un parche en el fuelle de aquella encantada
gaita, volvería
a ser otra vez del dominio de los niños!
(Basado
en “El Reino de los niños”, cuento recogido en “Peralvillo de
Omaña”, de David Rubio de la Calzada).
lunes, 9 de noviembre de 2015
Airones un Pueblo que desapareció de la provincia de León
Existe una historia que nos habla de
este pueblo, de cómo llego a su fin y de cómo se le relaciona con
Villapadierna, de pesca en el río Esla los vecinos de Airones atraparon una gran anguila para celebrar el
acontecimiento invitaron a todo
el pueblo a un banquete, todos asistieron a la fiesta excepto una anciana
enferma. La anguila estaba envenenada y todos los habitantes de Airones
murieron dejando sola en el pueblo a la anciana. Tras lo sucedido le ofrecieron
alojamiento tanto en el pueblo de Pesquera como en el de Villapadierna, Ella
eligió este ultimo por lo que desde ese momento todas las tierras de Airones
pasaron a formar parte de los bienes de Villapadierna. Airones estaba a 2
kilómetros de Villapadierna.
Villapadierna Aldea de la comarca de
Rueda, está situado en la ribera izquierda del río Esla a 49 kilómetros de la
ciudad de León por la carretera nacional (N-625). Asociado al título nobiliario
de este nombre, existe un castillo del que quedan los fosos y una torre
cuadrada en el centro. La ruina del castillo fue declarada bien de interés
cultural en 1949, perteneció a Doña Berenguela segunda esposa de Alfonso IX.
Años más tarde se convirtió en posesión de los Enríquez linaje que se inicio
con el matrimonio entre la Duquesa de Alba y Don Fabrique almirante de
Castilla, por causa del deterioro solo se conserva el foso, la muralla y una
torre cuadrada en el centro. El agua que antiguamente alimentaba el foso
procedía del río Esla a través de un túnel que unía los dos kilómetros que los
separa, aunque en ruinas sirve de hogar para las cigüeñas que en primavera
regresan
lunes, 20 de abril de 2015
miércoles, 1 de abril de 2015
El Cautivo de Argel
EL
CAUTIVO DE ARGEL
Conozco una persona que, cuando era
niño, oyó decir muchas veces a su abuela materna: “¡Ay, quien tuviera una
astillita del arca del cautivo de Argel!
¡La que está en la Virgen
del Camino! ¡No hay mejor alivio para el
dolor de muelas!”. Esto ocurría en un pueblo de la ribera del Curueño, hacia 1940.
Sucedió en 1522. Por esos años, un joven
llamado Alonso de Ribera vivía en el pueblo de Villamañán. Este joven mozo fué contratado
para ir como soldado al reino de Nápoles. En aquel tiempo Nápoles pertenecía al
Imperio Español y necesitaba ser defendida de los sarracenos. El virrey era
Hugo de Moncada, y tenía varios capitanes a su mando; entre ellos, uno natural
de Villamañán. En algún viaje que hizo a su pueblo, prometió el capitán los mozos
valientes puesto de soldado y fortuna.
Uno de los que se apuntó fue Alonso de
Ribera.
Los soldados españoles defendían la
ciudad de Nápoles, por mar y por tierra, de las incursiones frecuentes que
hacían los moros del norte de África. Los africanos no querían que los
cristianos europeos se hicieran con el norte de África y, en concreto, con la
ciudad de Argel. Esa ciudad estaba bien defendida.
Un día se enfrentaron en una fuerte
batalla varios barcos españoles contra otros de los moros. Alguna nave española
fue capturada y sus tripulantes llevados como cautivos a Argel. Uno de los
prisioneros, precisamente Alonso de Ribera, fue encarcelado por el doble delito
de español y cristiano.
Y encargaron su vigilancia a un moro
llamado Alcazaba.
Debía procurar por todos los medios que
no se escapara el de Villamañán. Y en cumplimiento de esa orden empeñaba
Alcazaba su propia vida. Por ello, aplicó el moro todo el rigor sobre el
cautivo cristiano, tanto cuando lo llevaba a trabajos forzados durante el día,
como cuando lo metía en su celda de prisionero durante la noche.
Ni que decir tiene que a Alonso de
Ribera se le hacía duro el cautiverio, y para aliviar sus pesares rezaba a
menudo a la Virgen
del Camino. Esta imagen era conocida y venerada en su pueblo de Villamañán y él
mismo había ido alguna vez de peregrinación hasta el Santuario. Le rezaba sobre
todo durante la noche. Y lo hacía en presencia del carcelero. Sus modos de
rezar a la Virgen
eran varios: recitaba en voz alta; alzaba piadosamente los brazos al cielo, a
lo alto, y miraba intensamente hacía arriba.
Alcazaba, que no entendía nada de lo que
decía y ni de lo que hacía el cristiano, empezó a llenarse de sospechas y
temores. Tuvo miedo de que huyera y decidió asegurarse; encerró a Alonso de
Ribera en una recia arca de madera (mas de dos metros de larga y casi uno de
ancha y alta), no sin antes envolverlo con una cadena de hierro de 17 metros . Cerró el moro
Alcazaba el candado y se echó a dormir encima de la tapa; si el cristiano
intentaba librarse de las cadenas, el ruido le despertaría, y, si incluso
lograba liberarse y violentar la cerradura, debía derribarle a él para poder
abrir el arca. Seguridad plena; el cautivo estaba a buen recaudo.
Pero precisamente esa noche se obró el
milagro. Fueron escuchadas, por fin, las oraciones de Alonso, y arca, cristiano
y moro amanecieron ante las puertas del santuario de la Virgen del Camino. ¿Cómo
fue eso? No lo sabemos. El moro desconcertado y temeroso no encontró otra
salida que liberar al cristiano: ¿Qué es esto? ¿Dónde estaban?
Alonso de Ribera, tan pronto se acomodó
a la luz, comenzó a dar saltos de júbilo.
El moro Alcazaba comprendió de inmediato que se habían invertido los
términos: ahora el cautivo cristino estaba libre en su patria y él, en tierra
extranjera. Era con todo un suceso prodigioso e imitó al cristiano: se
arrodilló y juntó las manos. Rezaban los dos ante la imagen Dolorosa que había
obrado el prodigio.
El de Villamañán se explicó como pudo. Y
perdonó de inmediato los sufrimientos del cautiverio. Alcazaba acertó a
entender los gestos amistosos, se arrodilló de nuevo y besó la mano de su
prisionero. Aún quedaba por completarse la segunda parte del milagro. Alonso de
Ribera había resuelto quedarse al servicio de la Virgen del Camino, y
argelino decidió otro tanto.
Quedó olvidado el mal pasado. Recibió el
musulmán las aguas purificadoras el bautismo. Y juntos, Alonso y Alcazaba
sirvieron con celo en el santuario. Y andando el tiempo que todo lo puede, allí
fueron enterrados.
Pero la cosa no acaba aquí. Desde su
milagrosa llegada, el arca estuvo siempre expuesta ante los fieles. Y, junto a
ella, durante siglos, un pergamino con caligrafía gótica recordando la
historia.
Los primeros años eran el moro Alcazaba
y el cristiano Alonso de Ribera los que explicaban a los peregrinos este
milagro. Nadie podía ponerlo en duda. Allí estaban los protagonistas con vida y
con dedicación religiosa al servicio de la Virgen para refrendarlo y allí estaba el arca y
las cadenas. Todo era tangible, visible, evidente. Por ello, los devotos de la Virgen del Camino,
entusiasmados ante las palabras de los protagonistas, comenzaron a venerar
cadenas y arca.
Por supuesto, sus oraciones eran
piadosísimas, emocionantes, confiadas, como corresponde a testigos de un
milagro que podían palpar. Aquellos objetos se convirtieron pronto en
testimonio de una devoción. Así nació la leyenda. Y nació más o menos pronto, y
con ella el atrevimiento de coger, arrancar algún pedazo de la madera del arca
como fuera posible. Podían ser pequeñitos, unas minúsculas astillas que se
guardaban en una caja, o en los pliegues de un pañuelo. Pero eran del “arca del
cautivo de Argel”. O del “arca del moro Alcazaba”. O eran del “arca de la Virgen ”. De cualquier modo eran pedacitos de un
milagro.
Y
así estuvo cuatro siglos expuesta a la veneración directa del público en la
nave de las primeras ermitas y de los santuarios posteriores que se hicieron
desde 1522 hasta 1961. La gente reverenciaba el arca y las cadenas. La gente
arrancaba, siempre que podía, alguna astilla. Llegaron a faltar muchos
centímetros de la madera y llegaron a hacerse grandes rotos en tapa y
laterales. Una tabla frontal fue consumida totalmente por las “devotas
termitas”. Los distintos rectores del Santuario decidieron recubrir toda la madera
que quedaba con piezas metálicas y hojalata muy gruesa. Aún así, los fieles
encontraron la manera de hacerse con su astillita.
Esta costumbre se hizo más poderosa y
atractiva cuando se corrió la voz que de estos fragmentos eran mano de santo
para el dolor de muelas. El objeto bendito era capaz de sanar, se multiplicaban
los milagros. Y se reproducen igual entre las gentes de la ribera del Curueño,
como en la ciudad de Astorga, o en los pueblos del Orbigo, del Esla, por
supuesto en Villamañán. Y en muchos pueblos de toda la provincia.
En 1961, el arca del cautivo de Argel se
instaló en la sala de Exvotos que tiene el Santuario al este de la sacristía.
En el centro de la sala. Metida en una urna de cristal muy grueso, que la
protege de robos, profanaciones, polvo y humedades. El arca está visible, pero
ya nadie la puede palpar, ni besar, ni mondar. Y, ¿ay!, desde hace cincuenta
años nadie ha podido coger una astilla del arca, y por ello tampoco su sagrada
madera ha podido aliviar el dolor de los devotos.
Hemos hablado del traslado milagroso del
arca del cautivo de Argel, de la devoción con que fue venerada como objeto
religioso, y de la existencia de favores de las astillas del arca para el dolor
de muelas. Nos queda otra tradición más. En Villamañán se cuenta que cuando el
arca, el moro y el cristiano pasaron milagrosamente por encima del pueblo, las
campanas de la iglesia sonaron solas, alegres, insistentes. El moro solo
conocía los sonidos de cencerradas de rebaños pero no de campanas. Por eso
aquel sonido le resultaba nuevo, extraño y se produjo un diálogo entre el moro
y cristiano.
HISTORIA EXTRAIDA DEL LIBRO: LEYENDAS DE LEÓN Contadas por……….
(Jaime Rodríguez Lebrato, sacerdote dominico)
martes, 31 de marzo de 2015
Leyenda del Milagro del Sordomudo
LA
LEYENDA DEL MILAGRO DEL SORDOMUDO
León,
tierra de posadas y tabernas tenía visitas de ilustres
personajes por lo que las historias sobre ellos se sucedían muy a
menudo .Y era de estas visitas se basa esta leyenda.
Uno
de esos días llego a la famosa posada “Posada de la Niña” que
se encontraba en el entorno de la Basílica de San Isidoro,
un comerciante de Astorga conocido como Somoza. Venia con su joven
ayudante o protegido, huérfano de padre y madre y sordomudo
,Una vez que había tomado habitación quedo en salir para resolver
sus asuntos, indicando a la posadera que vigilara al muchacho,
dado sus especiales características.
Pero
al poco de abandonar su amo la posada para solucionar sus asuntos de
negocio, el chico y la curiosidad que tenia en esas edades, no pudo
por menos que salir por las trisadas calles de León.
Comenzó
a caminar con el asombro de alguien que está descubriendo un mundo
nuevo para él. Correteando por las diversas calles de León, se topó
con la Basílica de San Isidoro y la curiosidad le llevó a
entrar en el templo.
En
ese momento se oficiaba la misa y el chico ni corto ni perezoso se
situó en la primera fila para observar todo aquello. En esos
momentos vio como un señor vestido de forma lujosa con muchos
ornamentos parecía dirigirse a el. El chico no pudo por menos que
verse totalmente sorprendido y absorto.
Se
quedó con la boca abierta. Aquel extraño personaje se dirigió a él
“Quedas curado y tus ligaduras sueltas. Da gracias a Dios”.
El
muchacho perplejo y asombrado, al segundo se dio cuenta de que podía
hablar de que escuchaba y no tardó en salir corriendo de la iglesia
con gran alborozo, gritando ¡Milagro! ¡Milagro!.
Para
dar gracias a Dios, el chico no contaba con dinero ni con nada
material con lo que poder agradecer tal milagro, por lo que acto en
acercarse a un puesto donde vendían velas y envíos, y negoció con
su capa (El
herreruelo o ferreruelo
era una capa
corta
de origen militar utilizada por los hombres en España y en otros
países europeos en el siglo
XVII.
Se
trataba de una capa con cuello y sin capilla que solo cubría parte
de los hombros, del pecho y la espalda. También se podía llevar
terciado sobre uno de los hombros y anudado bajo el brazo contrario.
)
Dato de la wikipedia.
Como
por aquel entonces este tipo de trueques eran muy comunes el chico
consiguió sus velas- (Pero no sabía que este trueque iba a ser el
principio de su desgracia aventura.
Paseaban
por allí dos guardianes a los que se les había dado la orden de
buscar a un muchacho que había robado un Ferreruelo. Justo la misma
capa que el acababa de cambiar.
Al
ver la operación los guardianes procedieron a detenerlo y llevarlo
al calabozo, ante las inservibles protestas del muchacho.
Al
volver el comerciante Sonora a la posada vio que el muchacho no
estaba y salio en su busca. Pregunto a comerciantes , viandantes y a
cualquier persona que se encontraba a su paso, hasta que un tendero
le indicó que había sido detenido un joven al que pillaron
cambiando su capa (Ferrezuelo) por unas velas.
Se
dirigió a los calabozos de San Isidoro. Los guardias le
llevaron en el que apenas se podía ver nada.
El
muchacho al verlo ,gritó (Soy yo yo señor soy yo). Pero Somoza dada
la poca luz que había dijo, no puede ser el muchacho que yo busco es
sordomudo. Y sé fue.
Su
preocupación iba en aumento pensando en la suerte que el muchacho
podía haber corrido.
De
regreso a la posada vio que en la plaza de San Isidoro la gente
comentaba el milagro del muchacho y entonces, raudo y veloz volvió
de nuevo a la prisión !Eres tú! Si señor en la iglesia donde he
estado un señor muy elegantemente vestido me ha curado.
Sabido
esto el Señor Obispo, organizo una procesión que acudieron cientos
de leoneses y al mismo,tiempo se hicieron repicar las campanas de la
ciudad.
Leyenda de la Cabra loca
Hemos hecho un resumen de una Leyenda que nos han traído: Leyenda de la Cabra loca de San Bartolomé de Rueda
Os acercamos con unos párrafos a esta historia que todavía hoy se cuenta en los alrededores del pueblo.
Hacia el año 1920 existe en San Bartolomé de Rueda un hombre que se llama Romanón.
Os acercamos con unos párrafos a esta historia que todavía hoy se cuenta en los alrededores del pueblo.
Hacia el año 1920 existe en San Bartolomé de Rueda un hombre que se llama Romanón.
Dedicado a la venta ambulante con mujer
y cuatro hijos, ha hecho fortuna y en un aprisco se ha construido el
corral. Es hombre arrogante y caprichoso.
Pronto empiezan las disputas con los
pastores del pueblo vecino.
Un vecino planifica su venganza.
Aprovechando la noche se encamina hacia
el aprisco y le mete fuego con todos los animales dentro.
Las llamas lo destruyen todo: aquello es un panorama dantesco indescriptible......
Un día un viajero al pasar a la altura
del paraje comienza a oír un berrido fortísimo, atronador, algunos buscan su
procedencia pero no la encuentran por ningún lado, esto dicen que ocurre en varias ocasiones sin encontrar de donde vienen aquellos fortísimos berridos.
Hasta que un día
se deja de oír....es hoy que alguno sigue recordando la leyenda.
lunes, 9 de marzo de 2015
Suscribirse a:
Entradas (Atom)